domingo, 25 de mayo de 2014

LOS APEGOS OBSESIVOS POR LAS PERSONAS O COSAS NOS ESCLAVIZAN


 

Los apegos, los deseos, no es cuestión de tener o dejar de tener, desear o no desear, el problema radica en que tenemos nuestro corazón, nuestra mente y nuestras emociones puestas en lo que poseemos y en lo que deseamos casi obsesivamente, convirtiéndonos en esclavos. Da igual si son personas, cosas, poder o imagen social, nos aferramos a ello llegando casi a la obsesión y es cuando el  miedo a perderlo todo  se hace con el control de nuestras vidas, robándonos la libertad de ser nosotros mismos.
Ya decía el sabio Aristóteles que la belleza de la vida consiste en buscar los justos medios; buscar un equilibrio emocional sano, en el que no pequemos por defecto ni por exceso, es una labor ciertamente difícil, pero no imposible.
Decía Buda que “no es más rico el que más posee sino el que menos necesita”, y San Francisco de Asís predicaba: “Yo necesito poco para vivir y lo poco que tengo no  lo necesito casi nada”. Coco Channel decía: “Existen personas que poseen todo y no se sienten ricas y personas que sin poseer nada son ricas”. El desapego consiste, pues, en no ser esclavo de lo que poseemos y de lo que deseamos, consiste en la capacidad de tener la misma serenidad emocional teniéndolo todo y sin tener nada. Difícil, ¿verdad?
Yo, en mi devenir por la vida, he tenido la experiencia de tener para vivir cómodamente y también la de no tener ni para alimentar a mis hijos, he pasado de tener cierto poder y prestigio social a tener solo deudas y problemas económicos. Pero, por fortuna y gracias a lo mucho que he aprendido de los libros y de mis reflexiones internas, he podido imponer la calma y el sosiego al desespero, en la mayoría de las veces. He aprendido a no dejar que me deslumbren las posesiones materiales y a mantener la serenidad ante las calamidades económicas.
Los fracasos en los negocios me han enseñado a vivir sin mayores expectativas ni  apegos y disfrutando con profundidad de lo que la vida me da día a día. Si otra cosa he aprendido bien, es que el éxito y la fortuna suelen mudarse con frecuencia de morada.
 Te pasas la vida entera estudiando una carrera, luego trabajando y soñando con obtener bienes materiales y ser, por fin, feliz, y, cuando obtienes esto, surgen otras ambiciones nuevas y nos vemos inmersos en una vorágine interminable en la que no valoramos lo que tenemos y deseamos cada vez más y más, sin que nada nos satisfaga, nunca tenemos lo suficiente, así se nos pasa la vida. De pronto y de  improviso, la adversidad nos sorprende, una enfermedad, la pérdida de los bienes materiales, etc., y es entonces cuando nos damos cuenta de que todo era sueño e ilusión, de que lo que parecía el todo no es nada.
Así mismo, te  enamoras, te casas, formas una familia con la impronta equivocada de “hasta que la muerte nos separe” y el “siempre te amaré”, piensas que por fin has conseguido la felicidad perfecta y duradera y, cuando te das cuenta de que todo no era más que un espejismo, sufres, reniegas y te hundes en la miseria humana.
La sociedad nos ha enseñado a vivir con expectativas familiares, morales, profesionales y materiales, para afrontar un futuro feliz, y, si dichas expectativas no se cumplen según los cánones de la sociedad y la tradición, se nos cuestiona, se nos margina, llega la hecatombe a nuestras vidas, nos sentimos infelices y frustrados, nuestra autoestima se anula y nos sumimos en una angustia existencial deprimente.
Tanto buscar, tanto hacer, tanto ambicionar, para al final llegar a la simple conclusión de que lo único real es el eterno presente, que no somos más que el resultado de lo que pensamos, que todo es circunstancial en la vida, que nada es para siempre, que lo bueno o lo malo no es más que el resultado de una actitud mental frente a la vida, que toda la riqueza, el poder, las filosofías y las religiones no son nada mientras que el odio, la falta de solidaridad, la ausencia de humanidad y el vacío existencial gobiernen nuestras vidas.
Es entonces es cuando quedan dos opciones: o nos hundimos en la miseria toda nuestra vida, o  rescatamos los vestigios de humanidad y libertad que aún quedan en nuestro fuero interno y resurgimos de las cenizas, fortalecidos y rompiendo esquemas establecidos para reiventarnos como personas.
Ahora para mí todo lo bueno que recibo de la vida es propina, no espero mucho de las demás personas, pero doy siempre lo mejor de mí. Las expectativas y esperanzas prefiero tenerlas puestas en mí misma y en mi capacidad de lucha. No obstante, he de reconocer que la vida me llena de propinas inesperadas casi siempre y doy gracias siempre por ello.
Debemos comprender que la vida es como un manantial que fluye renovando sus aguas a cada instante; todo cambia y se transforma, por esa razón, cuando nos apegamos a personas y cosas con desmedida obsesión, sufrimos inexorablemente. Debemos tener la suficiente sabiduría y serenidad para disfrutar con intensidad de lo que tenemos en el presente, soltando y renunciando sin dolor a lo que ya no tenemos. En el continuo devenir de la vida en medio de la inmensidad del cosmos, nada, absolutamente nada, es para siempre: todo cambia y se transforma.
Tanto Jesús de Nazaret como Buda predicaron con palabras y sobre todo con su ejemplo sobre la necesidad de despojarse de los apegos.
 Si ejercitamos un poco el desapego, quizá podamos aprender a vivir satisfechos con lo que tenemos para vivir y, si la fortuna económica nos acompaña, administrarla con justicia social y solidaridad en pro del bien común y de una sociedad más justa.

LOS APEGOS  OBSESIVOS NOS HACEN TERRIBLEMENTE INFELICES